martes, 28 de agosto de 2018

Fuimos


FUIMOS
 




     Acabamos de terminar. Hubiese deseado que haya llantos, gritos, portazos, pedidos de rodilla. Pero no. Las palabras te salían como del congelador. Con esa calma tan inexpresiva que me irrita.
     Y con lágrimas y mocos en las mejillas me subo al ascensor.
-También tengo que bajar- decís.
Y te subís.
Después de largos segundos de silencio incómodo, las miradas se esquivan y el aire se corta con gillette.
 De golpe el ascensor tambalea. Se detiene. Suena la alarma.
Sí. Hermoso.
Nos quedamos encerrados. Vos y yo. Solos. Con la ruptura fresca, el corazón roto en las manos y las tripas al aire, nos quedamos encerrados. En el ascensor del edificio donde vivimos dos años, por primera y estrenada vez, nos quedamos encerrados. Nunca falló este ascensor, hasta hoy.
      Pero bueno. Asumámoslo. 
                                                                                                                                      Así un poco fue todo. Accidentado, frugal pero con ríos de bella impostura y hasta irreverencia. Fuimos. Uff como duele el plural todavía. Ya empiezo a sentir ese sabor amargo del adiós.
      Estamos un al lado del otro y ya parecemos extraños. “Estar en el mismo lugar no implica necesariamente estar juntos. No es lo mismo estar cerca que estar al lado”- me solías decirme.
Una de las miles de frases que repetirías, tantas veces. Fascinantes, encantadoras, reveladoras al principio, y gastadas, obvias y lindando con el arte del chamuyo académico (ese sistema de justificaciones auto  referenciales que es tu psiquis), hacia el final.
    Me estoy poniendo ácida y fría. Sí, lo sé. Hay una parte de mí que es así, áspera, irónica, y por supuesto, autodestructiva. Sino la domo, va a terminar conmigo. Si estás en el lomo del toro no hay tantas opciones. O lo domás. O te tira al suelo y te rompe todos los huesos. No sabés lo duro que es vivir con esa parte .De Esa parte, y de las demás partes, vos hoy te despedís. Pero a mí todavía me toca convivir  con esto que soy. Voy a tener que volver a reunirme en una, me siento despedazada realmente.
 
   Nosotros… nos enamoramos de todo o de pedazos? Es posible enamorarse de lo limpio y dejar lo patológico encerrado en el sótano? Después de dos años, realmente, se puede llamar amor? Dejá, no viene al caso.
Lo mejor para el caso es que, sin dudas, no me hagas caso.

     -Seguro ya va a volver a funcionar, decís.
Silencio incómodo.
    -El ascensor, digo.

    Mientras te hago que sí con la cabeza, por dentro mis ideas no paran un segundo. Mis ideas no entran y salen de forma ordenada como en un ascensor. Más bien mis ideas corren, se caen, explotan, como sobrevivientes desesperados esquivando escombros en un bombardeo.


Y de pronto recuerdo ese poema que escribí una vez. “Fuimos”:


Fuiste la tabla de surf
que me enseñó a beber
la espuma de las olas,
Que me dio de beber
hasta embriagarme de sol.
Y fui ciega.
Y creí y caí.
Fuiste el salto,
la caída,
 el abismo
y la redención.
Fuimos un poco stalkers y poco talkers,
fuimos un poco hippies y un poco contestatarios 
fuimos eco amantes
Porque reciclábamos las miserias en reclamos
las mentiras en maquillajes
y la rutina en vacío.
Fuimos poco célebres y poco célibes
un poco pedantes, sí.
 Creímos que lo nuestro era único.
Fuimos un poco espejo,
y otro tanto
bastante.
espejismo.
Nos dijeron que el amor era un todo.
Y resultó ser la suma de los pocos.
Fuimos muy ingenuos
y poco ingeniosos.
Y menos mal. Eso sí.
Por suerte fuimos poco racionales.
Porque tener un amor de vitrina,
una pasión de laboratorio,
hubiese sido como querer meter
un tsunami en un ascensor.
Hubiese sido
como creer en la ingeniería del dolor,
O en la metafísica de los vendedores.

Pienso: Y vos? ¿Qué estarás pensando?
   Solíamos creernos todo. Solíamos inventarnos un pasado muy muy maquillado, casi de película, le poníamos mucho Hollywood a nuestro atrás normalito y aburrido. Necesitábamos creernos que éramos otra cosa. Y sobre todo, que parezca lo suficientemente interesante para que el otro se quede una noche más.
Nos inventamos un futuro juntos que nos quedaba inmenso y lejano. Èramos dos cascarudos entrenando para saltar en las lianas del Amazonas.
Y claro, no sucedió.
Un poco por tu soberbia defensiva. Un poco por mi ingenuidad lavada. Un poco por tu depresión congénita. Otro poco por mi adicción al nihilismo.
       Y ahí estábamos, los dos, encerrados. Habitando ese silencio.
Y de pronto salen de mi boca estas palabras, que me sorprenden hasta a mí:
-No fuimos lo que soñé. Ni por asomo. Vos no estabas ni querías estar a la altura del sueño de nadie que fuera del tuyo-.
Me mirás y arqueás las cejas. Sonreís de costado, y volvés a la pantalla. Tu amada y amante pantalla. Sin ella sí que no podrías vivir. Uffff. Aparece La Señora Ácida otra vez.
      De súbito  me viene la idea de que tendríamos que tener sexo ahora. No porque queramos. No porque todavía quede deseo. Solamente porque es muy cinematográfico. La imagen misma lo pide. No porque ardamos de pasión. Solo para estar a la altura de las circunstancias.
Pero si yo no empiezo vos no, si yo no escribo vos para qué.
Y así, se te va el día. Una relación. La vida.

      No dejo de sentirme en un incendio. Que acaba de quemarse mi casa. Y cuando llegue, voy a estar todo el año juntando los pedazos.
En cambio vos no. A vos tu casa se te transformó en iglú. Me cambias por milanesas congeladas, kanikamas de Barcelona champions league y mucha, mucha serie en polvo lista para ser aspirada.
      Otra vez se tambalea. Ni siquiera ahí amagaste a abrazarme. Otra vez quietud. Silencio.
 Y pantalla, otra vez.
      Por fin se abren las puertas. Miro el reloj. Estuvimos dos horas encerrados.
-Bueno cualquier cosa…
Ni terminaste la frase. Levantaste la mano, te pusiste los auriculares, y simplemente, te fuiste.

    Respiro hondo, miro el cielo. Otra vez los párpados mojados. Veo a través de las lágrimas un sol que derrite el asfalto. Veo cómo se aleja tu espalda por la avenida. Veo en el local de matafuegos un maniquí con un mameluco fluorescente al que le robaron un brazo y  la manga baila con el viento. Veo que se me acaba de ir el 327. En el negocio de enfrente suenan Los Charros.


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