martes, 30 de marzo de 2021

Darse cuenta

 Darse cuenta

I

Son cinco, en la casa de Marcelo. Son las doce, y ya se bajaron seis botellas de tinto. Hace calor.

Un sabor a incertidumbre estuvo flotando por las alcantarillas de sus venas, durante todo el encuentro, pero ninguno quiso decirlo.

 No hubo internas este año, y parece que, al final es un pianta votos nuestro candidato.

Bajan el volumen de las canciones de tambó tambó, por la hora. Ya hace rato se  terminó el asado, algunos ya sienten en los párpados el peso de las horas, y entonces, deciden darlo por finalizado. 

- Poniendo estaba la gansa, llegó la hora de la romana, dice Rodrigo. 

 Marcelo hace la cuenta, y empiezan  a poner los billetes sobre la mesa.

Hace poco que en los de cien, está ella. Hay muy pocos recién dando vueltas en circulación.

- Ay la verdad me cuesta desprenderme. Lo quiero guardar de recuerdo. Pero bueno, es el único que tengo, si no, no llego, dice Don Napi.

- Deje entonces, yo pongo por usted, Napi, le dice Marcelo.

- Bueno al final tanto lío por esa fulana. Ni que fuera la virgen María- dice Rodrigo 

- ¿Perdón? ¿Qué te pasa? 

- No es la virgen María pero para muchos es una santa y para otros, su capitana.

- Claro, si lo sabré ¿Sabés cómo le dicen a tu hermana? Evita, porque es la mujer del pueblo...

- Usted es un irrespetuoso. Usted se tiene que arrepentir de lo que dijo.

- Bueno don Napi, qué le pasa, le agarró la gran Samid. Es una joda, un chiste.

- Hay cosas que son sagradas.

- Hay cosas con las que no se jode, che.

- Ustedes están muy politizados, muy fanatizados. Era un chiste nomás. Tanto lío por un billete ¿Sabés qué? A mí me da igual, si ponen a  ésta mina, a mi tía Esther o a un camello. A mí lo que me importa es que la plata sirva para comprar. Y en este país, cada vez sirven menos los billetes, son papelitos de colores.

- Estoy esperando que me pida disculpas, porque usted me faltó el respeto a mí, y a toda mi gente.

- Pero si es un chiste, che.

Marcelo se da cuenta que los seis litros de tinto están haciendo estragos, entonces los interrumpe y dice:

- Tranquilo Napi, venga yo lo acompaño a la puerta.

Llegando al portón de madera, el viejo le dice a Marcelo:

- Disculpa, no quise aguar la fiesta. Pero este muchacho está muy equivocado.

- Tranquilo Napi, es un buen tipo. Ya se va a dar cuenta. Yo lo veo a él, y soy yo en los noventa. Viste cómo nos confunde el consumo.

- Es un cuervo que nosotros mismos criamos y nos termina sacando los ojos. Nos vemos Marcelo, gracias. Mañana paso por la mercadería.

- ¿La del buffet de la peña? No dejá, que yo salgo con la camioneta, te la alcanzo.

       Cuando vuelve para el fondo, ya está todo levantado. Los otros dos muchachos se van caminando porque son de la misma cuadra. Queda sólo Rodrigo.

-Che marce, ¿se fue mal don Napi? Yo estaba jodiendo…

-  Y, algún día tendrías que pedirle disculpas. Ahora ya está. Vamos que te llevo ¿Te agarraste una bandeja para llevarle a Juana?

- Sí, chinchulines. Siempre hacés demás para que pueda llevarle. Sos eh.

- Y bueno che, la tengo que malcriar, por algo es mi ahijada.

- Cierto. Más te vale que me la cuides si estiro la pata. Escúchame, Dejá Marce, me voy en bondi.

-Pero estás loco, mirá si te chorean el asado, con lo que sale hoy día.  Además no me cuesta nada. Saco la camioneta y te llevo.

Mientras agarran la nueva ruta 23, Rodrigo mira en silencio por la ventana.

- Siempre me acuerdo cuando veíamos a la madrugada venir a la gente con los carros, ¿te acordás?

- Claro, y en el tren, el vagón blanco de los cartoneros. Ahora hace varios años que no se los ve.

- Escúchame, hablando de ahijados. Tu hijo, Homero, ¿no la andará metiendo en la política a mi Juana, no? El otro día mirando la tele me dijo “más vale que no vayas a votar a este papá, se le nota en la cara que es tremendo garca”.

- Mira Rodrigo, te soy sincero, no creo que Homero le haya dicho nada. Eso, es algo que no se impone , sino más bien  que se contagia. Yo siempre digo, a mí me formó  Don Napi. Nunca me habló de historia, nunca me quiso convencer de nada. Pero el tipo siempre fue un ejemplo, ¿entendés? Yo lo veía, y quería ser como él. Laburador, buen amigo, buen vecino, siempre cuidando al resto. Siempre organizando la sociedad de fomento, el club, la salita. Mejor que decir, es hacer, Rodri, porque no hay poder más contagioso que el del ejemplo.

- Uy che mirá, ese pobre tipo.

- ¿Qué tiene?

- Ahí, en la puerta del banco provincia, con una mantita, pidiendo monedas con una latita, en silla de ruedas.

- Uy sí mirá..

- ¿Qué hacés?

- Doy la vuelta.

- Pero negro, es re de noche…

- No pasa nada. Decile  a Juana que me perdone. Hoy los chinchu se los debo.

Bajó de una corridita Marcelo, le dejó al hombre la bandeja de chinchu, sacó unos pesos del bolsillo, y lo despidió con un abrazo.

- Y ¿Qué dijo?

- Gracias.

- Sos loco vos marce, eh

- Vos tas loco. El otro soy yo, con otras circunstancias. Si un día pierdo todo, y ando cirujeando, ojalá vos seas de los que frenan a dar una mano.

- Olvídate, a vos todo, negro, si siempre me ayudaste. Sos un hermano.

- Dale decilo...

- Si ya sabés. Te quiero, boludo.

- Llegamos. Dale vení, abrazame, que nos vamos a ser menos hombres por tocarnos.

- Dale boludo, ja joder. Ta mañana. Saludos a Mari y a los chicos.

II 

 Tres años más tarde, son cuatro. Son las nueve, y recién están abriendo la primera botella de cerveza.  Es viernes, pero esta vez hicieron pizzas. Hace calor.

- Che ¿y don Napi, no viene hoy? Pregunta Rodrigo

- No negro, viste que andaba muy enfermo. Falleció la semana pasada.

- No me digas, pero che. Cómo puede ser.

- Mirá, en la historia clínica el médico de guardia puso que murió de un paro cardíaco. Pero yo sé que murió de malasangre. 

- Claro, es muy muy duro para un tipo de su edad, los de su generación, ver un país venirse a pique.

- Es que es muy difícil, no hacerse malasangre.

- Todos los días una nueva. No teníamos respiro. 

- ¿Te acordás lo de la reforma previsional? Meterse con los viejos. Ese día que fuimos a congreso, y nos corrieron con los gases, qué querés que te diga. Yo sentí la derrota. No perdimos solamente en Diciembre. La derrota te va cayendo encima, como pedazos de cielorraso.

- Yo la sentí cuando me tuve que ir a vivir a lo de mi suegra. Le ponemos onda, pero no es lo mismo.

- A mí me mató cuando empecé a ver a la madrugada, por la ruta, otra vez los carros cartoneros.

- Yo tuve que vender el coche y mi señora se puso a depilar a domicilio, porque no hay sueldo que alcance.

- Yo me quedé sin laburo. No hay nada peor que eso. Uno putea cuando suena el maldito despertador a las seis para   ir a mulear. Pero cuando pasan muchas semanas, sin sonar, ahí te tenés que preocupar. Las noches sin dormir, pensando en las cuentas. Que te querés distraer y es peor. Que tus amigos te ofrecen guita que te da vergüenza aceptar. Que dejás a tu hijo en la escuela para volverte a casa a que pasen las horas, esperando ese llamado que nunca va a llegar.

- Y así y todo, nosotros estamos vivos. ¿Qué me decís de ese portero y esa maestra que fueron a prepararle el desayuno a los pibes, y salieron volando por los aires?

Al escuchar esas palabras, algo se les astilló adentro. Un silencio de tumba, se derramó sobre los cuatro. Bajaron la vista, al unísono. 

Al rato, Marce, para cambiar un poco de tema dijo:

- Pero bueno, ya vendrán tiempos mejores. A mí esta fórmula me da esperanza. Me enteré que mi ahijada va a fiscalizar, ¿puede ser?

- Te voy a dar, a vos y a tu hijo. No me la van a llenar de ideas raras a la piba eh

- Pero quédate tranquilo, si está con Homero, ¿qué le va a pasar, Rodrigo?

- Qué sé yo. En mi casa nunca nos metimos en nada raro, nunca hablamos de política. Yo nunca fui de ningún partido. ¿De dónde sacó eso?

- Pero claro, Rodri, vos sos compañero, lo que pasa, es que todavía no te diste cuenta…

- Cállate. Pero bueno. Anti gato soy seguro. ¿De dónde sacó la piba eso de ir un domingo a trabajar gratis doce horas? Cuando está en casa se levanta a las doce y no te levanta una media del piso. 

- Rodri, ella no te escuchó, pero te vio. Escúchame, cuando tu suegro se enfermó, y había que buscar a todos los pibes por distintos colegios, ¿Quién fue?

- Yo

- Y cuando los pibes  del barrio andaban barrileteando, juntándose con los fisuras, quién se acercaba a hablarles, aconsejarles, a ofrecerles un laburito?

- Yo

- Y cuándo llegaba el día del niño, ¿Quién juntaba entre los vecinos juguetes y se disfrazaba para que los pibes del fondo tengan su regalito? Y cuando había que donar sangre, cuando había que arreglar la luz de la calle, cuando había que poner escombros para que se pueda pasar por el barrial de la calle de tierra, ¿Quién fue?

- Sí, está bien, yo. ¿Qué tiene que ver?

- Ella no te escuchó, pero te vio. Te vio ayudar, te vio dispuesto, te vio cuidando. Ellos siempre están ahí Rodri, son nuestros testigos oculares. Ellos, todo el tiempo, nos están mirando.

- Claro Rodri, el fruto no cae lejos del árbol…

- Bueno pero no me hablen con palabras lindas para engatusarme, más vale que no le pase nada a la nena

- Peor que ser tu hija pobre, ¿Qué le va a pasar?

- Ah ¿sí? Vení que te lleno la cara de dedos, bebé

- Vos lo que querés es que te dé un beso, vení.

- Dale Rodri, déjate de joder y serví las pizzas de una vez.

III

- Che Marce, soy yo, Rodrigo pelotudo. Escuchame. Recién fuimos con la negra a ver a los pibes. Por el asunto este de la fiscalización. A las seis de la mañana se levantó. Un domingo. De no creer.  Juana estaba en una mesa, cebando mate, con unas       planillas. Homero iba y venía, se ve que él es más kapanga

- Claro, él es fiscal general. Estaba contento, dice que vamos a ganar por paliza. Yo no sé. Estoy grande, no me quiero ilusionar

- Eran todos pibitos, dieciocho, veinte años. Todos ahí. Me emocionó boludo.

- Y sí, claro, cómo no te va a emocionar. Querían meter fraude a toda costa, pero salieron de todos lados, como los caracoles después de la lluvia,  gente de todo tipo y color para poder garantizar un fiscal por mesa. Si  no fueran de ellos, mañana la tapa de todos los diarios sería “pueblo argentino sale en masa a detener fraude en el país más austral de Latinoamérica”.

- Yo tengo fe Marce. Me da fe este tipo, me dan fe los pibes. Después de mucho tiempo se me fue del pecho esa piedra  que te pesa y no te deja respirar.

- Sí Rodri, tengamos fe, y seamos inteligentes. No caigamos en provocaciones.

- Vos sabés, hablando de eso, que contó Juani que antes de abrir las mesas, había unas minas re pitucas, todas chetas. Llegaron con los tapados y los tacos. Y después pobre uno de esos partidos chiquitos que tenía que ir y venir por todas las mesas, porque era el único en la escuela. Que los nuestros eran un montón, todos convencidos, como un ejército.  Y dice Juana que un pibe los empezó a gastar, a hacer chistes, a cancherearla.  Entonces apareció Homero. Lo apartó y le habló. Después los reunió a todos antes de empezar y les dijo: Compañeros: por favor, seamos amables, juguemos limpios. Estemos a la altura de las circunstancias. Demos pelea amorosamente, apasionadamente, hermosamente. Para lo horrible, están ellos.  

- ¿Eso dijo? 

- Tomá pa vo

- Y sí negro. El ejemplo, siempre, el ejemplo.

 Además yo siempre digo. Ser bueno con la familia y los amigos, lo hacen hasta los garcas. No tiene ningún mérito. El temas es poder construir con las diferencias. Y te aseguro que de los horribles de los que habla Homerito, no concocemos nombre, domicilio ni cara. Son esa minoría oculta que opera desde la impunidad del anonimato.

- Mirá marce, yo creo que en el fondo, la mayoría queremos lo mismo, aunque pensemos distinto. Te juro que si ganamos esta vez o hacemos en casa, y yo me pago el asado. Nada de pizza. Asado carajo.

IV

Son las doce, la tele ya anunció el triunfo. Rodrigo no puede dormir de la emoción. Ya se bajó dos litros de cerveza. Hace calor.

- Homero, soy yo. Rodrigo. Gracias negrito. Gracias por todo.

- Gracias a vos tío. ¿Estás contento?

- Sí muy. Muy contento. Escuchame, en Octubre ¿Hace falta que vaya? Mirá que estos tipos son capaces de cualquier cosa

- Jaja no gracias tío. Se necesitaba mucha gente porque eran las internas. Ahora con los referentes de la organización solamente, ya garantizamos. Gracias igual.

- Estoy contento, tengo fe.

- Me alegro tío. Escúchame, hacé esto. En Octubre, aprovechá y ándate a la plaza. Andá con la familia. Te merecés una fiesta después de tanta malaria.

- Y… no sé. Viste que yo nunca me metí en nada, me da cosa.

- Haceme caso tío, andá.

- Bueno te prometo que lo voy a pensar.

Son tres, en Octubre, en la casa de Rodrigo, mirando por la tele los resultados. Toman mate con las facturas, son las seis de la tarde. 

Hace calor.

- Ganamos negra. No lo puedo creer. Ganamos. 

- Qué bueno. No te veo así desde que salió campeón boca.

- Más, negra, te juero que más.

-  ¿A dónde vas?

- Me voy al centro. A la plaza. Perdóname, avisale a Juana. Pero necesito ir solo.

- Bueno, dale, tené cuidado. Rodri. Esperá

- Qué

- Dame un abrazo.

VI

A medida que avanza por la estación, Rodrigo empieza a sentir esa electricidad, en el aire. La misma que se enciende en las peregrinaciones, en los recitales, en la cancha.

Se siente parte de una inmensidad que lo contiene y que lo llama.

Se detiene y se pone a mirar como un nene delante de la pantalla. No se quiere perder ni un detalle, nada.

Ve bajar de los camiones a los muchachos de la Uom, agitando la bandera y cantando a grito pelado las canciones de los redondos.

Ve a dos maricas besarse y caminar de la mano.

Ve a señor con su hijita a cocochito .

Ve unas pibas de la edad de su hija con el pelo teñido y los ombligos al aire.

Ve cómo desde todas partes, avanzan los cuerpos unidos en un mismo cuerpo,  como la corriente del río, y van confluyendo en la avenida.

Ve subir y bajar las cabezas encendidas, como chispas crepitando en la llama de la pasión colectiva.

Ve los corazones latiendo en cada una de las pupilas con las que se abraza.

Ve el temblor de las palmas que se golpean y se agitan celebrando.

Ve miles de  banderas celestes y blancas  bailar en el viento. 

Ve la celebración mística de lo posible flotando en una marea carne obrera.

Y de pronto, lo ve. Está ahí. No puede creerlo.

El tipo de la silla de ruedas, el mismo de aquella noche, agitando y cantando enardecido. Tiene puesta  una remera con la frase “la esperanza insobornable”. Él canta y sonríe, mirando hacia el otro lado de la avenida más ancha del mundo. 

Rodrigo lo sigue con la mirada, y entonces, la descubre.

 Ahí, desde el edificio de obras sanitarias está ella, con el micrófono en la mano. Mirando a todos sus humildes, cómo una vez más, toman su nombre y lo llevan a la Victoria como bandera.

Se le inundan los párpados de lágrimas, levanta la vista al cielo, y se pregunta, si todavía estará a tiempo para pedirle disculpas a Don Napi, a donde sea que esté, por aquella noche, por no haber entendido nada. Por haberlo ofendido.

Agarra el teléfono, marca el número de Marcelo, y como puede, entre el barullo de la fiesta, y su voz entrecortada, le dice:

-Al final tenías razón negro, yo siempre fui compañero. Era cuestión nomás, de darse cuenta.

Me quedo con Braian

 Entre los nenes de mamá que hablan de sacrificio y en su vida sintieron qué es sentirte menos que una máquina,

Yo me quedo con Braian.

Entre los que se creen que son buena gente porque dan en bolsas de consorcio lo que les sobra, y el que se saca la única campera que tiene para que no te enfermes con la lluvia, 

yo me quedo con Braian.

Entre el que entrega su domingo con responsabilidad y afecto a la causa colectiva,

y el que pone excusas para no perderse la siesta,

yo me quedo con Braian.

Entre los que los que la tuvieron servida, y los que sobreviven, sirviendo en bandeja de plata el lomo que crió su tío, mató su cuñado, peló su vecino y cocinó su tía, pero que ninguno, nunca, va a poder comer,

Yo me quedo con Braian.

Entre los que viven de rentas y los que salen a ganarse el pan (sólo el pan, no sea que se confundan y pretendan más) a cambio de sangre, sudor y lágrimas 

Yo me quedo Braian.

Entre esos

los que piden bala

y nunca dieron ni un año

ni un día

ni siquiera una hora

por el otro

y los que nadan día a dia 

sin saber 

si alguna vez 

van a conocer

alguna orilla,

Yo me quedo con Braian 

Siempre. 

Me quedo con el de abajo,

el humilde,

el laborioso,

el que sabe, 

el que se rebusca, 

el que se brinda, 

el sobreviviente, 

el malherido,

el que viste harapos

el descalzo

el perseguido 

el bastardo

el de barro

el que hace lo que hay que hacer

sólo porque hay que hacerlo

el que pone siempre al otro primero

el que pone en marcha el mundo

todos los días 

el que se parece más a Cristo

que a los escribas, los césares y los fariseos.

Entre los mezquinos

los oportunistas

los egoístas 

los miserables 

Y Braian,

Yo no tengo dudas.

La patria tampoco: 

Nos quedamos 

hoy y cada día 

hasta la Victoria 

siempre

con Braian.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Kiara

 Kiara llora


Estoy anotando en el pizarrón "Día de la memoria, por la verdad y la justicia".

 De pronto, escucho un sollozo a mis espaldas. Es Kiara.

-Es que hoy no comió -me cuenta Antonella, que se sienta al lado, mientras le pone delante, en el banco, el turrón que le alcanzó con las únicas monedas que trajo.

Entonces, de pronto, todos los compañeros empiezan a llenarle el banco de pipas, caramelos, chupetines. Hasta que desde la retaguardia, como un titán, se asoma Iván.

Iván, el repetidor. El que odia el colegio porque se quiere pasar todo el día jugando a la pelota. El que tiene corte de pelo turro, el desfachatado. Sí, por supuesto, el primer nombre que me aprendí. Se asoma entre la multitud, le ofrenda un alfajor carísimo, un Tofi doble relleno.

Entonces, Kiara llora el doble.

Llora a mamá, que les dice la mentira piadosa de que se levantó tarde y por eso no hizo tiempo a cocinar. Llora a papá, nervioso, que anda muy colorado, que le tiemblan las manos, que les contesta mal por cualquier cosa. Llora la vergüenza de tener que decir adelante de todos que, cuando tenés hambre, no podés pensar, no podés jugar, no podés soñar.

 Y llora también la emoción de descubrir que generoso no es el que te da lo que le sobra, sino lo mejor que tiene.


Leones y gacelas


-Y bueno, vos también te lo buscaste.

Dice la tía Juliana, cuando su sobrina le cuenta por WhatsApp que tuvo que dejar de ir a terapia porque el padre del nene hace dos meses que no aparece y, desde que nació, nunca le pasó plata.

-¿Y dónde estaba la madre?

Es lo primero que pregunta La Señora cuando  escucha en la radio que en Cuartel V, volviendo de la escuela, un nene de diez años murió atropellado por un colectivo.

-Por eso yo lo mando a la privada.

Comenta Martín, cuando lee en el diario que otro nene, también en el conurbano, casi muere ahogado por caerse en un pozo ciego que estaba con peligro de derrumbe, del que salió, literalmente, todo tapado de mierda.

-Igual, si se moría, no se perdía nada, uno menos, seguro era un negrito de mierda.

Dice Delfina, con los apuntes de la facultad en la cartera que compró afuera, mientras se acomoda las pestañas postizas en el espejo.

Tenés que seguir sirviendo, callate por favor, callate, se dice Rocío.

-Pero qué cara tenés hoy, mamita, mirá que sale gratis sonreír. Andá, ya podés retirarte querida, dice la patrona

Entonces Rocío, la mucama (a la que llaman “la chica que nos ayuda en casa” porque suena más progresista ), se muerde la bronca, pide permiso a la señora, y se esconde a llorar en el baño.

Ojalá el señor supiera que desde hace dos meses, cuando se fue el padre, su hijo, el Toti (también de diez  años), se tiene que ir y volver solo del colegio, y que su alma tiembla como un papel al viento todas las benditas horas, hasta que puede volver a verlo, sano y salvo, en la casa. 

Ojalá la señorita entendiera que todo el mundo está dispuesto a criticar, pero que casi nadie, por más que quiera, te puede cambiar la realidad.

Ojalá supieran que a veces mirás para el costado, y sólo tenés a tu sombra. Que los que podrían ayudarte están bajo tierra o tuvieron que migrar a otras tierras.

 Ojalá ellos habitaran en sus huesos el invierno crudo que es el desamparo. 

Ojalá vivieran alguna vez, aunque sea un solo día, como nosotros, contando las monedas, cansados, con esa bestia en la cabeza que no se va nunca, con ese ardor en el pecho, con esa presión en la nuca, con ese ahogo en la garganta.  

Ojalá se dieran cuenta de que casi nunca pudimos elegir nada, sino que fuimos sobreviviendo, a los golpes, como pudimos. Como nos salió.

Ojalá se dieran cuenta de que el ¿dónde estaba la familia? es amigo del algo habrán hecho, que es el padre del no te metás.

Ojalá pudieran tomarse el tiempo de comprender en lugar de apresurarse a juzgar.

Ojalá. 

Pero eso no sé si es posible. 

Porque los leones son leones, y las gacelas, gacelas.

Y mientras los leones corren por su presa, que puede ser esta hoy, mañana aquella y pasado cualquiera,   

las gacelas, corremos

cada minuto

cada hora

cada día

por nuestra vida.





martes, 23 de marzo de 2021

alguna orilla

 

Quisiera que puedas comprender 

que, así como vos tuviste

 quien te sostuviera 

para que te largaras a nadar solo

 y te entibiara las aguas

 para que pudieras deslizarte con confianza,

 sin peligro;

 están

 los que cayeron al agua 

sin saber nadar, sin flotador ni guardavidas.

Aquellos que pasan sus horas, 

sus días, su vida 

pataleando y tirando manotazos, 

intentando, entre respiración y respiración, 

tomar aire, para suplicarle al cielo 

conocer, algún día,

 alguna orilla.

ahora que estás creciendo

Querido Coco:

 

 

Ahora que estás creciendo

quería que sepas:

que me da igual

si te vas a enamorar

de una chica

o de un chico

 

si vas a decidir

ser escritor

basurero

o abogado

 

si vas a vivir

 arriba de casa

o en otra provincia

 

si vas a gastar

 todo tu sueldo

viajando

 o comprándote un coche

 

si cuando ya me haya ido

me recuerdes con orgullo

o con un poco de vergüenza.

 

Lo que sí

me importa

y   mucho

 lo que

 nunca

podría darme lo mismo

es que

 en un mundo

que se derrumba

         frente a la injusticia y el dolor

frente a la desigualdad y la miseria

 

seas indiferente.

 

 

 

 

 

  

Que la empatía le gane al sálvese quien pueda

 Querido hijo:

Me gustaría decirte que te quedes tranquilo, que todo va a estar bien.

Que quedándonos en casa, y poniéndonos alochol en gel, estamos protegidos.

Pero, vos ya lo sabés, quedarse en casa no alcanza.

Nunca alcanza.

Porque si todes no podemos quedarnos en casa, no sirve.

Porque además de cuidarnos, es necesario, no sólo ahora, sino siempre, que la ayuda le llegue antes a quienes más lo necesitan.

Que la empatía le gane al sálvese quien pueda.

Que apaguemos la tele y encendamos la disponibilidad.

Que los dueños de todo, dejen de cumplir sus sueños a cambio de que la realidad de tantos sea una pesadilla.

Que los que compraron en cómodas cuotas el cuento de la meritocracia y el éxito individual, puedan despegar la vista, ahora y para siempre, del microscopio de su ombligo.

Que el amarillismo deje de facturar con la peste del miedo.

Necesito decirte que de esto tenemos que aprender:

Que no pueden ganar siempre los mismos pescadores que revuelven el río, 

que no queremos otra vez que el hilo que separa la vida de la muerte se corte por el lado más vulnerable, el más indefenso, el más desprotegido.

Que te va tocar vivir en un tiempo donde la tierra nos grita, desesperada, que es ahora o nunca. 

Te toca vivir en los jirones de un era ya no da más, y éstos, son sus dolores de parto.

Que es necesario, que reaccionemos, que no esperemos a que vengan a tocarnos el timbre para darnos cuenta, que es urgente cambiar el rumbo hacia otra forma de vivir, de producir, de relacionarnos, de repartir. 

Que podamos comprender, más temprano que tarde, que la única salida es colectiva.

Por más brillante e hipnotizante que sea la pantalla, que te ofrece boletos en asientos premium, para ver la temporada completa, de la inexorable procesión, a nuestro propio funeral como especie.

Que lo peor que puede pasarle a tu libertad, es que vos decores con alegría tu propia jaula.

Hay un mundo allá afuera. Es inmenso, gigante. Fascinante, diverso, mágico y también injusto, violento, caótico.

Tratando de hacerlo un lugar más justo, seguramente vas a equivocarte. No te preocupes: eso sólo le pasa a los que lo intentan.

Por eso, ya sé que es aburrido, que ya estás podrido con que siempre te insista. Pero voy a repetirte, que es necesario quedarse en casa.

Pero no, solamente, quedarse en casa.

Porque eso, hoy y siempre, simplemente, no alcanza.

Mientras tanto

 No hace falta que me nombres por compromiso.

No necesito esa mirada que me tiene pena.

No me interesa espiar por la cerradura del progreso que nunca me alcanza.

No quiero que hables por mí, tengo boca, tengo lengua.

Para quererme así, dejá, no me quieras.

Yo siempre estuve ahí, pero vos no me viste, porque yo 

mientras tanto me quedé afuera

del otro lado de la vidriera.

Me quedé cuidando a mis hermanos, mientras vos te hacías las fotos del quince.

Estaba yendo a internar a mi vieja con HIV mientras vos te recibías 

en la facultad con el mejor promedio

en todas las materias. 

Llevé a upa a mi amigo, pendiendo de un hilo, vomitando espuma por la boca, temblando como un papel, a la guardia, esa misma madrugada, 

en la que vos tomabas el vuelo de tu viaje sin fecha de regreso,

por toda Latinoamérica.

Estuve del otro lado del muro,

cuidando los coches, 

en tu despedida de soltera.

Me desangré con perejil,

en un cuarto sin ventanas,

mientras a vos te organizaban

en el departamento que te regaló tu abuela,

el baby shower de tu beba.

Manejé el remis

que te llevó a la entrega del premio,

ése que ganaste, 

por la película que hace llorar a los ricos cuando descubren que es por ellos,

que existe la pobreza.

Todas las horas iguales

 

TODAS LAS HORAS IGUALES

 

 

 

 

Un cuarto, dos camas, tres noches que llegamos.

Cuatro meses dando vueltas sin diagnóstico, cinco especialistas opinando del caso.

Seis días sin ir al trabajo. Me dijo el Señor que ya no vuelva, que tuvo que llamar a otra, que no puede estar con la casa hecha un desastre.

–El control remoto está roto, no se apaga –avisa la enfermera–. Si quiere, se lo desenchufo, al tele.

“Debe ser cordobesa, que le dice así”, pienso.

–No, está bien, déjelo así, encendido nomás –le digo. Es la única manera que tengo de diferenciar una hora de otra, de sentir que avanza el tiempo.

Dicen que siete vidas tienen los gatos, ocho rosarios rezo cada noche para que vos, por lo menos, tengas esta. Nueve intentos para ponerte el suero, sos flaquita, tus venas ya parecen de papel.

 

En la tele, un pastor vende arena de Israel que cura a los enfermos y hace caminar a los paralíticos.

 

Diez veces aumentó la comida este año, y mi sueldo, ninguna. Once estaciones en tren, para que puedan verte un ratito los abuelos.

-Ojalá que no nos agarren las fiestas acá, y podamos brindar ya juntos todos en casa, cuando den las doce,, dijo el papi apenas entró al cuarto.

 

En la tele, en una novela mexicana, la hija de la mucama se salva casándose con el niño rico, hijo de la patrona.

 

Trece años recién cumplidos, tanta expectativa con la secundaria. Catorce semanas sin clases, por una escuela que explotó en pedazos y se llevó, por los aires, dos vidas. Todavía no lo podemos creer. La perturbadora noción de que somos un hilo que en cualquier momento se puede cortar.

 

En la tele, un cocinero cocina en la playa y una modelo le sirve vino en la boca.

 

Quince años cumplió la prima. Por suerte postergó la fiesta para más adelante. Dieciséis días sin llover. Al parecer hace un calor espantoso afuera. Acá estamos como adentro de un paréntesis, por eso prefiero la tele día y noche a la nada misma. O sea, a todas las horas iguales.

 

En la tele venden una faja mágica que achica las caderas y la panza.

 

Diecisiete años tenía la primera vez que probé el amor además de con la boca, dieciocho recién cumplidos cuando te parí, un diecinueve de enero. “Que ya no estemos acá para tu cumpleaños, por favor, Dios te pido”, pienso.

 

En la tele una vedette se agarra de los pelos con una panelista.

 

Veinte horas sin dormir seguido, el agujero del hambre me despierta, pero ya me da vergüenza pedirle de nuevo a la enfermera. Ando con sueños raros. Dormito unos minutos y ya sueño. Me acuerdo que soñé que juntábamos latas para cambiarlas por útiles y, cuando nos entregaban la bolsa, adentro había conejos. Se me escapaban por todo el patio, yo me desesperaba, entonces de pronto estaba en una iglesia abandonada. En el centro de la iglesia había una fuente que tenía sangre en vez de agua, yo levantaba la vista y el sagrado corazón me miraba y lloraba. Entonces me pasaba un conejo por la espalda, como un escalofrío. Lo perseguía y saltaba, saltaba hasta que se quedaba dormido debajo de un sauce. Y las ramas del sauce me acariciaban, con el viento. Y yo pensaba que quizá los sauces nunca estuvieron llorando, sino que nos estaban abrazando.

 

En la tele un señor explica que la luna está en Escorpio, por eso la gente anda irritada y con insomnio.

 

Veintiún siglos y la humanidad sin poder amarse como hermanos, como nos pidieron. Veintidós le jugó papi a la quiniela, porque el de la camilla de al lado habla cosas raras, que nos hacen reír. “No es él el que habla, es la morfina”, explicó la enfermera. Veintitrés mil pesos me había pasado el plomero de presupuesto para hacer de nuevo todos los desagotes. Así que veinticuatro gotas de lavandina por cada diez litros por las dudas, y lavando los platos en un balde para que no rebalse la cámara séptica y se me inunde toda la cocina. ¿Habrá sido todo culpa del agua, que estaba mala?

 

En la tele muestran los inundados de Corrientes y un hombre que se hizo un bote con la puerta de su casa.

 

Veinticuatro horas para la operación, veinticinco flores diferentes le llevé a la virgencita de Itatí. Le hice juntar a la mami, que no vaya a faltar las fucsias de la santa rita. Esas sí o sí, por más que te pinchen las espinas. Ya le pedí a ella, que es la patrona de los imposibles. Que así como te da, te quita, pero que a mí no me preocupa, porque a esta altura ya no me pueden quitar nada, porque nada tengo. Veintisiete días lleva “el loco” de al lado acá internado, y todavía no lo visitaron, nos contó la enfermera. Veintiocho lunares en tu piel, miro tu pelo de arena, tus ojos de almendra. Veo las nubes negras cargadas por la ventana, pero, antes, se larga el chaparrón en mi alma. Siento las lágrimas que caen por mis mejillas, pienso qué tonta fui, tantas veces pude sonreír estando juntas. Sin embargo, siempre preocupada, siempre mi cuerpo en un lugar y mi cabeza en otro lado.

 

En la tele muestran cómo ahorrar comidas preparando ropa vieja con los restos.

 

Se apaga la luz del pasillo, me doy vuelta en la silla, cierro los ojos, veo un cielo lleno de lucecitas. Un viento me refresca la cara y me va meciendo de a poco. Siento que alguien me sopla y vuelo, como cenizas. De golpe me caigo, me despierto, no sé dónde estoy hasta que escucho tu respiración que se agita en la oscuridad. Salgo corriendo a buscar a la enfermera, me tropiezo con la cama de al lado, me golpeo el dedo chiquito, pego un alarido que despierta al loco y grita, grita desaforado. Siento tus pupilas asustadas, buscando respuesta en el vacío. “Ya está, mamita, ya viene, tranquila”, te digo al oído y, vaya a saber por qué, te canto “Osana en el cielo” hasta que llegan las enfermeras.

 

En la tele una señora explica que todo lo malo que nos pasa es porque lo elegimos, porque lo atraemos con pensamientos negativos. Que el que no es feliz, en realidad, es porque no quiere.

 

 

 

 

 

 

 

Bajada de línea

 BAJADA DE LÍNEA


-'Tu maestra es una pelotuda, mirá la tarea de mierda que les manda, para eso pago la cuota, diomio, yo voy a denunciarla a esa forra, se la pasa bajando línea, le dice el señor al nene, mientras le tira por arriba de los asientos, los auriculares..


Al costado del semáforo, hay un niño mendigo, con mirada de adulto, y manos de lija, contando monedas. 

Más allá del semáforo, hay un bache.

-'Pero cómo es posible', dice el señor, mientras golpea el volante. Arroja con furia la colilla del cigarrillo por la ventana, chasquea los labios, tuitea indignado 'es una barbaridad'.

Masculla furia entre sus dientes, el señor, mientras el nene saca la mirada un instante de la pantalla y ve, a través del vidrio, al niño de trapo.  Por un momento, cree el Señor se confundió y pudo, por fin, ver: a él, al niño mendigo, al trapito cansado, al perro lastimado, a la piba asustada, al obrero desocupado, a la maestra agobiada, al comerciante endeudado, a la madre afligida, al ciruja quebrado, al viudo vencido, a la enfermera apurada.

Pero no, el señor mira el bache. Se indigna con el bache, se enfurece con el bache: para el señor el problema es el bache.

Y cuando el niño intenta avisarle, que afuera del coche el cielo se oscurece,  el mundo se astilla y se derrumba, del otro lado del vidrio polarizado, el señor lo calla, le grita que no lo desconcentre, que está manejando, que quiere acelerar para llegar a casa lo más rápido posible a su casa, a gritarle a su mucama que a dónde está el pedido, que este país está perdido, porque no hay voluntad de trabajo, que hay que rajar cuanto antes, de esta puta ciudad , antes de que se termine de llenar de negros y de baches, y a ver si lo ayudás al nene, que no sé qué mierda le mandaron a escribir sobre los valores y la empatía.





Mirá Isabel

 MIRÁ ISABEL



Claro, para vos es fácil decirlo, porque no estás en mi lugar.

Desde afuera somos todas heroínas, todas progres, todas sororas.

Pero ¿y a la que le pasa? ¿La que tiene que poner su cara, su nombre, su vida?¿Quién quiere ser la de la cara fruncida? ¿Quién quiere enamorarse de la traumada? ¿Quién quiere salir a tomar algo con la doliente, quién quiere vacacionar con la desmembrada? ¿Quién quiere ir por la calle viendo cómo susurran “mirá, ahí está, pobre”?

¿Vos qué sabés Isabel, eh? ¿Qué sabés? No me hables de esas cosas.

Mirá Isabel, vos habrás leído muchos libros, habrás ido a muchas marchas, pero no sabés nada.

¿Sabías que los lobos parecen perros mansos cuando salen a la calle, pero en su cueva, haya luna llena, o sol, se transforman en bestias?

Para vos es fácil, Isabel. Hablar siempre es tan fácil. Vos no sabés lo que es la vergüenza, no sabés lo que es huir desesperadamente siempre, escapar. Del amor, de lo estable, del placer, por las dudas, por lo cierto.

¿Qué sabés vos del terror, más que las películas que viste cómodamente acostada en tu lecho de rosas?

¿De qué denuncia me hablás, Isabel? ¿Estás loca? 

Ah, ¿sí? A ver, ¿cuántas veces fuiste a solicitar una perimetral, eh, Niña Bien? No, no voy a hablar.

Ya te dije que la puerta no te la voy a abrir, no me insistas, que es peor.

 ¿Vos sabés lo que es llegar a tu casa y que esté el patrullero en la puerta? ¿Porque el tóxico de turno se quiso suicidar cuando le dijiste, simplemente, que no es no? ¿Vos viviste la cara de los vecinos, el escándalo de las miradas por las persianas?

¿Tenés idea de lo que es el silencio cómplice de tu familia? Entonces haceme el favor y cerrá la boca, Isabel.

Pero no, Isabel, no se puede. Es intocable, ya está. No se puede hacer nada. Me tendré que acostumbrar, o me tendré que mudar a otro barrio, o, simplemente, fugarte.

Qué tranquilidad sería por fin irme. Para siempre.

¿Sentiste alguna vez que tu cuerpo es tu propio cautiverio? ¿Pero por qué no me hacés un favor y te callás, Isabel?

Callate si querés ayudarme. No me vengas con eso de “empoderarse”, que me ponés más nerviosa.

Cuando crecés en el infierno, pasan los años y se transforma en tu paisaje cotidiano. Y luego se confunde con tu propia piel. 

Y cuando al madurar te das cuenta de que quien tenía que protegerte calló, miró para otro lado...

¿Sabés qué te queda? Huir, olvidar. Evadirte. Resignarte.

No, no voy a llorar, no voy a hablar, no voy a denunciar. ¿Vos sabés lo que es estar muerta en vida, Isabel?

¿Pero qué decís? ¿No ves que es él o yo? Ma qué jueza, ni escrache, ni que ocho cuartos.

El tipo me arruinó la vida y anda como un señor, yendo a retiros espirituales y hablando en el café con sus amigos de cómo se han perdido los buenos valores, como si nada. El otro día me pareció verlo en la puerta del jardín del nene y casi me infarto. El miedo es una cárcel que aparece cada vez que recordás. Le tenía tanto miedo al monstruo que no me di cuenta que el monstruo era también el miedo

No te voy a abrir la puerta, andá Isabel, dejame tranquila. No pierdas más el tiempo. Ya está. Yo te agradezco pero ya es tarde. Tendrías que haber tocado mi puerta cuando tenía once y todavía me podías salvar.

Mirá Isabel, me cansé de correr la suerte, de correr la coneja y de ser siempre la última. Ahora me voy a quedar quieta, a ver si de una vez por todas la suerte me encuentra a mí.

Estoy podrida Isabel, no doy más. No tengo descanso, no tengo consuelo.

No, quedate tranquila, no estoy llorando, no pasa nada.  Sí, ya sé que vos golpeaste a mi puerta, que tu intención es buena, pero no me digas que entendés, porque no entendés. Para entender, vos tendrías que nacer de nuevo y habitar mi piel.

Andá de una vez, haceme el favor.

Isabel... ¿estás ahí? ¿Isabel? ¿Ya te fuiste? Isabel...

Ah, menos mal. Vení, pasá Isabel. Vení, dame un abrazo. Sentate. ¿Querés un mate? Perdoná. Bueno, está bien. Contame. ¿Cómo es eso de la denuncia?