Darse cuenta
I
Son cinco, en la casa de Marcelo. Son las doce, y ya se bajaron seis botellas de tinto. Hace calor.
Un sabor a incertidumbre estuvo flotando por las alcantarillas de sus venas, durante todo el encuentro, pero ninguno quiso decirlo.
No hubo internas este año, y parece que, al final es un pianta votos nuestro candidato.
Bajan el volumen de las canciones de tambó tambó, por la hora. Ya hace rato se terminó el asado, algunos ya sienten en los párpados el peso de las horas, y entonces, deciden darlo por finalizado.
- Poniendo estaba la gansa, llegó la hora de la romana, dice Rodrigo.
Marcelo hace la cuenta, y empiezan a poner los billetes sobre la mesa.
Hace poco que en los de cien, está ella. Hay muy pocos recién dando vueltas en circulación.
- Ay la verdad me cuesta desprenderme. Lo quiero guardar de recuerdo. Pero bueno, es el único que tengo, si no, no llego, dice Don Napi.
- Deje entonces, yo pongo por usted, Napi, le dice Marcelo.
- Bueno al final tanto lío por esa fulana. Ni que fuera la virgen María- dice Rodrigo
- ¿Perdón? ¿Qué te pasa?
- No es la virgen María pero para muchos es una santa y para otros, su capitana.
- Claro, si lo sabré ¿Sabés cómo le dicen a tu hermana? Evita, porque es la mujer del pueblo...
- Usted es un irrespetuoso. Usted se tiene que arrepentir de lo que dijo.
- Bueno don Napi, qué le pasa, le agarró la gran Samid. Es una joda, un chiste.
- Hay cosas que son sagradas.
- Hay cosas con las que no se jode, che.
- Ustedes están muy politizados, muy fanatizados. Era un chiste nomás. Tanto lío por un billete ¿Sabés qué? A mí me da igual, si ponen a ésta mina, a mi tía Esther o a un camello. A mí lo que me importa es que la plata sirva para comprar. Y en este país, cada vez sirven menos los billetes, son papelitos de colores.
- Estoy esperando que me pida disculpas, porque usted me faltó el respeto a mí, y a toda mi gente.
- Pero si es un chiste, che.
Marcelo se da cuenta que los seis litros de tinto están haciendo estragos, entonces los interrumpe y dice:
- Tranquilo Napi, venga yo lo acompaño a la puerta.
Llegando al portón de madera, el viejo le dice a Marcelo:
- Disculpa, no quise aguar la fiesta. Pero este muchacho está muy equivocado.
- Tranquilo Napi, es un buen tipo. Ya se va a dar cuenta. Yo lo veo a él, y soy yo en los noventa. Viste cómo nos confunde el consumo.
- Es un cuervo que nosotros mismos criamos y nos termina sacando los ojos. Nos vemos Marcelo, gracias. Mañana paso por la mercadería.
- ¿La del buffet de la peña? No dejá, que yo salgo con la camioneta, te la alcanzo.
Cuando vuelve para el fondo, ya está todo levantado. Los otros dos muchachos se van caminando porque son de la misma cuadra. Queda sólo Rodrigo.
-Che marce, ¿se fue mal don Napi? Yo estaba jodiendo…
- Y, algún día tendrías que pedirle disculpas. Ahora ya está. Vamos que te llevo ¿Te agarraste una bandeja para llevarle a Juana?
- Sí, chinchulines. Siempre hacés demás para que pueda llevarle. Sos eh.
- Y bueno che, la tengo que malcriar, por algo es mi ahijada.
- Cierto. Más te vale que me la cuides si estiro la pata. Escúchame, Dejá Marce, me voy en bondi.
-Pero estás loco, mirá si te chorean el asado, con lo que sale hoy día. Además no me cuesta nada. Saco la camioneta y te llevo.
Mientras agarran la nueva ruta 23, Rodrigo mira en silencio por la ventana.
- Siempre me acuerdo cuando veíamos a la madrugada venir a la gente con los carros, ¿te acordás?
- Claro, y en el tren, el vagón blanco de los cartoneros. Ahora hace varios años que no se los ve.
- Escúchame, hablando de ahijados. Tu hijo, Homero, ¿no la andará metiendo en la política a mi Juana, no? El otro día mirando la tele me dijo “más vale que no vayas a votar a este papá, se le nota en la cara que es tremendo garca”.
- Mira Rodrigo, te soy sincero, no creo que Homero le haya dicho nada. Eso, es algo que no se impone , sino más bien que se contagia. Yo siempre digo, a mí me formó Don Napi. Nunca me habló de historia, nunca me quiso convencer de nada. Pero el tipo siempre fue un ejemplo, ¿entendés? Yo lo veía, y quería ser como él. Laburador, buen amigo, buen vecino, siempre cuidando al resto. Siempre organizando la sociedad de fomento, el club, la salita. Mejor que decir, es hacer, Rodri, porque no hay poder más contagioso que el del ejemplo.
- Uy che mirá, ese pobre tipo.
- ¿Qué tiene?
- Ahí, en la puerta del banco provincia, con una mantita, pidiendo monedas con una latita, en silla de ruedas.
- Uy sí mirá..
- ¿Qué hacés?
- Doy la vuelta.
- Pero negro, es re de noche…
- No pasa nada. Decile a Juana que me perdone. Hoy los chinchu se los debo.
Bajó de una corridita Marcelo, le dejó al hombre la bandeja de chinchu, sacó unos pesos del bolsillo, y lo despidió con un abrazo.
- Y ¿Qué dijo?
- Gracias.
- Sos loco vos marce, eh
- Vos tas loco. El otro soy yo, con otras circunstancias. Si un día pierdo todo, y ando cirujeando, ojalá vos seas de los que frenan a dar una mano.
- Olvídate, a vos todo, negro, si siempre me ayudaste. Sos un hermano.
- Dale decilo...
- Si ya sabés. Te quiero, boludo.
- Llegamos. Dale vení, abrazame, que nos vamos a ser menos hombres por tocarnos.
- Dale boludo, ja joder. Ta mañana. Saludos a Mari y a los chicos.
II
Tres años más tarde, son cuatro. Son las nueve, y recién están abriendo la primera botella de cerveza. Es viernes, pero esta vez hicieron pizzas. Hace calor.
- Che ¿y don Napi, no viene hoy? Pregunta Rodrigo
- No negro, viste que andaba muy enfermo. Falleció la semana pasada.
- No me digas, pero che. Cómo puede ser.
- Mirá, en la historia clínica el médico de guardia puso que murió de un paro cardíaco. Pero yo sé que murió de malasangre.
- Claro, es muy muy duro para un tipo de su edad, los de su generación, ver un país venirse a pique.
- Es que es muy difícil, no hacerse malasangre.
- Todos los días una nueva. No teníamos respiro.
- ¿Te acordás lo de la reforma previsional? Meterse con los viejos. Ese día que fuimos a congreso, y nos corrieron con los gases, qué querés que te diga. Yo sentí la derrota. No perdimos solamente en Diciembre. La derrota te va cayendo encima, como pedazos de cielorraso.
- Yo la sentí cuando me tuve que ir a vivir a lo de mi suegra. Le ponemos onda, pero no es lo mismo.
- A mí me mató cuando empecé a ver a la madrugada, por la ruta, otra vez los carros cartoneros.
- Yo tuve que vender el coche y mi señora se puso a depilar a domicilio, porque no hay sueldo que alcance.
- Yo me quedé sin laburo. No hay nada peor que eso. Uno putea cuando suena el maldito despertador a las seis para ir a mulear. Pero cuando pasan muchas semanas, sin sonar, ahí te tenés que preocupar. Las noches sin dormir, pensando en las cuentas. Que te querés distraer y es peor. Que tus amigos te ofrecen guita que te da vergüenza aceptar. Que dejás a tu hijo en la escuela para volverte a casa a que pasen las horas, esperando ese llamado que nunca va a llegar.
- Y así y todo, nosotros estamos vivos. ¿Qué me decís de ese portero y esa maestra que fueron a prepararle el desayuno a los pibes, y salieron volando por los aires?
Al escuchar esas palabras, algo se les astilló adentro. Un silencio de tumba, se derramó sobre los cuatro. Bajaron la vista, al unísono.
Al rato, Marce, para cambiar un poco de tema dijo:
- Pero bueno, ya vendrán tiempos mejores. A mí esta fórmula me da esperanza. Me enteré que mi ahijada va a fiscalizar, ¿puede ser?
- Te voy a dar, a vos y a tu hijo. No me la van a llenar de ideas raras a la piba eh
- Pero quédate tranquilo, si está con Homero, ¿qué le va a pasar, Rodrigo?
- Qué sé yo. En mi casa nunca nos metimos en nada raro, nunca hablamos de política. Yo nunca fui de ningún partido. ¿De dónde sacó eso?
- Pero claro, Rodri, vos sos compañero, lo que pasa, es que todavía no te diste cuenta…
- Cállate. Pero bueno. Anti gato soy seguro. ¿De dónde sacó la piba eso de ir un domingo a trabajar gratis doce horas? Cuando está en casa se levanta a las doce y no te levanta una media del piso.
- Rodri, ella no te escuchó, pero te vio. Escúchame, cuando tu suegro se enfermó, y había que buscar a todos los pibes por distintos colegios, ¿Quién fue?
- Yo
- Y cuando los pibes del barrio andaban barrileteando, juntándose con los fisuras, quién se acercaba a hablarles, aconsejarles, a ofrecerles un laburito?
- Yo
- Y cuándo llegaba el día del niño, ¿Quién juntaba entre los vecinos juguetes y se disfrazaba para que los pibes del fondo tengan su regalito? Y cuando había que donar sangre, cuando había que arreglar la luz de la calle, cuando había que poner escombros para que se pueda pasar por el barrial de la calle de tierra, ¿Quién fue?
- Sí, está bien, yo. ¿Qué tiene que ver?
- Ella no te escuchó, pero te vio. Te vio ayudar, te vio dispuesto, te vio cuidando. Ellos siempre están ahí Rodri, son nuestros testigos oculares. Ellos, todo el tiempo, nos están mirando.
- Claro Rodri, el fruto no cae lejos del árbol…
- Bueno pero no me hablen con palabras lindas para engatusarme, más vale que no le pase nada a la nena
- Peor que ser tu hija pobre, ¿Qué le va a pasar?
- Ah ¿sí? Vení que te lleno la cara de dedos, bebé
- Vos lo que querés es que te dé un beso, vení.
- Dale Rodri, déjate de joder y serví las pizzas de una vez.
III
- Che Marce, soy yo, Rodrigo pelotudo. Escuchame. Recién fuimos con la negra a ver a los pibes. Por el asunto este de la fiscalización. A las seis de la mañana se levantó. Un domingo. De no creer. Juana estaba en una mesa, cebando mate, con unas planillas. Homero iba y venía, se ve que él es más kapanga
- Claro, él es fiscal general. Estaba contento, dice que vamos a ganar por paliza. Yo no sé. Estoy grande, no me quiero ilusionar
- Eran todos pibitos, dieciocho, veinte años. Todos ahí. Me emocionó boludo.
- Y sí, claro, cómo no te va a emocionar. Querían meter fraude a toda costa, pero salieron de todos lados, como los caracoles después de la lluvia, gente de todo tipo y color para poder garantizar un fiscal por mesa. Si no fueran de ellos, mañana la tapa de todos los diarios sería “pueblo argentino sale en masa a detener fraude en el país más austral de Latinoamérica”.
- Yo tengo fe Marce. Me da fe este tipo, me dan fe los pibes. Después de mucho tiempo se me fue del pecho esa piedra que te pesa y no te deja respirar.
- Sí Rodri, tengamos fe, y seamos inteligentes. No caigamos en provocaciones.
- Vos sabés, hablando de eso, que contó Juani que antes de abrir las mesas, había unas minas re pitucas, todas chetas. Llegaron con los tapados y los tacos. Y después pobre uno de esos partidos chiquitos que tenía que ir y venir por todas las mesas, porque era el único en la escuela. Que los nuestros eran un montón, todos convencidos, como un ejército. Y dice Juana que un pibe los empezó a gastar, a hacer chistes, a cancherearla. Entonces apareció Homero. Lo apartó y le habló. Después los reunió a todos antes de empezar y les dijo: Compañeros: por favor, seamos amables, juguemos limpios. Estemos a la altura de las circunstancias. Demos pelea amorosamente, apasionadamente, hermosamente. Para lo horrible, están ellos.
- ¿Eso dijo?
- Tomá pa vo
- Y sí negro. El ejemplo, siempre, el ejemplo.
Además yo siempre digo. Ser bueno con la familia y los amigos, lo hacen hasta los garcas. No tiene ningún mérito. El temas es poder construir con las diferencias. Y te aseguro que de los horribles de los que habla Homerito, no concocemos nombre, domicilio ni cara. Son esa minoría oculta que opera desde la impunidad del anonimato.
- Mirá marce, yo creo que en el fondo, la mayoría queremos lo mismo, aunque pensemos distinto. Te juro que si ganamos esta vez o hacemos en casa, y yo me pago el asado. Nada de pizza. Asado carajo.
IV
Son las doce, la tele ya anunció el triunfo. Rodrigo no puede dormir de la emoción. Ya se bajó dos litros de cerveza. Hace calor.
- Homero, soy yo. Rodrigo. Gracias negrito. Gracias por todo.
- Gracias a vos tío. ¿Estás contento?
- Sí muy. Muy contento. Escuchame, en Octubre ¿Hace falta que vaya? Mirá que estos tipos son capaces de cualquier cosa
- Jaja no gracias tío. Se necesitaba mucha gente porque eran las internas. Ahora con los referentes de la organización solamente, ya garantizamos. Gracias igual.
- Estoy contento, tengo fe.
- Me alegro tío. Escúchame, hacé esto. En Octubre, aprovechá y ándate a la plaza. Andá con la familia. Te merecés una fiesta después de tanta malaria.
- Y… no sé. Viste que yo nunca me metí en nada, me da cosa.
- Haceme caso tío, andá.
- Bueno te prometo que lo voy a pensar.
V
Son tres, en Octubre, en la casa de Rodrigo, mirando por la tele los resultados. Toman mate con las facturas, son las seis de la tarde.
Hace calor.
- Ganamos negra. No lo puedo creer. Ganamos.
- Qué bueno. No te veo así desde que salió campeón boca.
- Más, negra, te juero que más.
- ¿A dónde vas?
- Me voy al centro. A la plaza. Perdóname, avisale a Juana. Pero necesito ir solo.
- Bueno, dale, tené cuidado. Rodri. Esperá
- Qué
- Dame un abrazo.
VI
A medida que avanza por la estación, Rodrigo empieza a sentir esa electricidad, en el aire. La misma que se enciende en las peregrinaciones, en los recitales, en la cancha.
Se siente parte de una inmensidad que lo contiene y que lo llama.
Se detiene y se pone a mirar como un nene delante de la pantalla. No se quiere perder ni un detalle, nada.
Ve bajar de los camiones a los muchachos de la Uom, agitando la bandera y cantando a grito pelado las canciones de los redondos.
Ve a dos maricas besarse y caminar de la mano.
Ve a señor con su hijita a cocochito .
Ve unas pibas de la edad de su hija con el pelo teñido y los ombligos al aire.
Ve cómo desde todas partes, avanzan los cuerpos unidos en un mismo cuerpo, como la corriente del río, y van confluyendo en la avenida.
Ve subir y bajar las cabezas encendidas, como chispas crepitando en la llama de la pasión colectiva.
Ve los corazones latiendo en cada una de las pupilas con las que se abraza.
Ve el temblor de las palmas que se golpean y se agitan celebrando.
Ve miles de banderas celestes y blancas bailar en el viento.
Ve la celebración mística de lo posible flotando en una marea carne obrera.
Y de pronto, lo ve. Está ahí. No puede creerlo.
El tipo de la silla de ruedas, el mismo de aquella noche, agitando y cantando enardecido. Tiene puesta una remera con la frase “la esperanza insobornable”. Él canta y sonríe, mirando hacia el otro lado de la avenida más ancha del mundo.
Rodrigo lo sigue con la mirada, y entonces, la descubre.
Ahí, desde el edificio de obras sanitarias está ella, con el micrófono en la mano. Mirando a todos sus humildes, cómo una vez más, toman su nombre y lo llevan a la Victoria como bandera.
Se le inundan los párpados de lágrimas, levanta la vista al cielo, y se pregunta, si todavía estará a tiempo para pedirle disculpas a Don Napi, a donde sea que esté, por aquella noche, por no haber entendido nada. Por haberlo ofendido.
Agarra el teléfono, marca el número de Marcelo, y como puede, entre el barullo de la fiesta, y su voz entrecortada, le dice:
-Al final tenías razón negro, yo siempre fui compañero. Era cuestión nomás, de darse cuenta.