martes, 23 de marzo de 2021

Digamos todo

 DIGAMOS TODO


Anda a las corridas, no tiene tiempo ni para un abrazo, hace cuentas con los codos y juicios con la mirada. Esquiva todo lo que le traba el paso, pisa a fondo el acelerador para subirse la libido, sale a correr para escaparse de su pasado.


Pero eso sí: el Señor tiene aire acondicionado. 


Huye del dolor, pretende organizar la ansiedad y cada vez que alguien le roza los puntos ciegos de su pasado, se transforma en una bestia impía y furiosa. Se compró en cómodas cuotas el modelo Stacy Malibú de éxito posmoderno que hace agua por todos lados.


Pero, eso sí: el Señor tiene descuento si paga al contado. 


Huérfano de fe, se mofa de las supersticiones de la plebe; se relame en su discurso, se masturba en su razón, y con el ego inflado sale a despreciar todo lo que le pasa por al lado. 


Pero eso sí: el Señor tiene los vidrios bien polarizados. 


Cuando conversa repite su monólogo interno cien veces ensayado, oye pero no escucha, sus palabras son uñas que rascan donde no pica, habla mucho y habla lindo, pero no dice nada. Está dispuesto a vender a la hermana antes de asumir todo lo que el cuerpo le está gritando.


Pero eso sí: en las fiestas, el Señor tiene la camisa planchada y el mantel almidonado.


Se va a su isla privada de retiro espiritual, prende incienso para ahuyentar las malas vibras, anda descalzo para conectar con la tierra y hace yoga tres veces por semana. Y cuando el gurú le pregunta qué cree que nos habrán amputado, para necesitar todo el tiempo estar consumiendo todo (cosas, personas, agrados), el Señor para afuera le dice 'namasté’ pero para adentro piensa 'qué pescado este pelado' 


Pero eso sí: tiene la lancha impecable y perfumado hasta el tapizado.


Acude al otro solo para dominarlo, le erige altares al control y se erotiza con el temor de sus empleados. Se relame en la dependencia y la incertidumbre de los contratos precarizados.  Cada vez que las preguntas sobre la justicia lo acorralan, huye, asustado.


Pero eso sí, tiene toda la vidriera digital repleta de éxito plastificado. 


Cuando el cuerpo entra el colapso y lo doblega, ve cómo, a través de la hendija del yo, el tumor del odio y la soberbia, va haciendo metástasis en su ser debilitado. Observa, inerte, cómo al final, resultó ser él, su principal víctima, al cosechar toda la miseria que ha sembrado, y siente en la nuca, la respiración de su propio final anunciado.


Eso sí: ya tiene paga la sepultura en el mejor cementerio privado.


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