No hace falta que me nombres por compromiso.
No necesito esa mirada que me tiene pena.
No me interesa espiar por la cerradura del progreso que nunca me alcanza.
No quiero que hables por mí, tengo boca, tengo lengua.
Para quererme así, dejá, no me quieras.
Yo siempre estuve ahí, pero vos no me viste, porque yo
mientras tanto me quedé afuera
del otro lado de la vidriera.
Me quedé cuidando a mis hermanos, mientras vos te hacías las fotos del quince.
Estaba yendo a internar a mi vieja con HIV mientras vos te recibías
en la facultad con el mejor promedio
en todas las materias.
Llevé a upa a mi amigo, pendiendo de un hilo, vomitando espuma por la boca, temblando como un papel, a la guardia, esa misma madrugada,
en la que vos tomabas el vuelo de tu viaje sin fecha de regreso,
por toda Latinoamérica.
Estuve del otro lado del muro,
cuidando los coches,
en tu despedida de soltera.
Me desangré con perejil,
en un cuarto sin ventanas,
mientras a vos te organizaban
en el departamento que te regaló tu abuela,
el baby shower de tu beba.
Manejé el remis
que te llevó a la entrega del premio,
ése que ganaste,
por la película que hace llorar a los ricos cuando descubren que es por ellos,
que existe la pobreza.
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