No cabe duda alguna de que no vamos a permitir que profanen nuestro patrimonio sagrado de la memoria. Nadie duda que la justicia aunque tardía vino a reparar la herida que supuraba y atormentaba nuestro cuerpo colectivo.
Es indiscutible que la figura del colectivo de las Madres de Plaza de Mayo, próceres contemporáneas de nuestra tierra, constituyen un ejemplo que nos guía, nos empondera y nos dignifica como pueblo.
Por supuesto que defendemos el voto y la democracia.
Más vale que hay que dejar los purismos de lado, porque hay que vencerlos, como sea, en las urnas.
Ya sé, no hace falta que me expliques, que cada día más de ellos, es un día menos para los nuestros.
Pero no se trata de ganar con un sobre, de esperar que vengan super mamá y papá, a arreglar el desastre mientras nosotros nos vamos a casa.
No es cuestión de volver a consumir, cada uno en su sillón, frente a su pantalla.
Aquella revolución inconclusa, por la que nuestros mártires lucharon, aguarda postergada en el corazón del pueblo. Esa pelea, es más grande. No cabe en un sobre. No se reduce a un cargo. No es transferible ni puede sublimarse. Cada uno de los problemas de nuestra coyuntura, nos está proponiendo una tarea. Y ninguna es quejarse.
Reitero: esa pelea que supieron dar aquellos que todo lo dieron, aún respira.
Y nos está llamando.
Aquellos responsables civiles de la masacre, los autores intelectuales y sus cómplices a sueldo siguen operando. Nos siguen ganando terreno. Acá no se rindió nadie. Pero ellos tampoco. Fijate:
Cada vez que un estudiante deja la carrera, ellos ganan.
Cada vez que un pibe se niega a la lectura, al estudio, que se convence de que “no le da la cabeza”, ellos ganan.
Cada vez que buscás salvarte solo, hacer tu kiosquito, ganan ellos.
Cada vez que la vecina se siente más acompañada y escuchada por el culebrón de la siesta, que por sus propios vecinos e hijos, ellos ganan.
Cada vez que un pibe llega a la puerta de la escuela, y se vuelve a su casa, porque no hay clases, ganan ellos.
Cada vez que querés hacer “la fácil, la que conviene”, ellos ganan.
Cada vez que le das de comer al oportunista que hay en vos, buscando sacar provecho personal, sin importar cómo afecta a lo grupal, ellos ganan.
Cada vez que sabemos más de la vida de Pampita y Vicuña que de Ramíez y la Delfina, ellos ganan.
Cada vez que un laburante se autoconvence de que es mejor ser "emprendedor", que pertenecer a un sindicato, ellos ganan.
Cada vez que los vecinos, podridos de cómo está todo, piden que vuelvan las botas, ellos ganan.
Cada vez que se meten en nuestras aulas, nuestros actos, nuestros sueños, nuestros hábitos, ganan.
Nos ganan.
Ganan una y otra vez. En lo enorme, pero también en lo pequeño, y lo cotidiano.
Cada vez que querés meter el gol como sea, en el último minuto, así tengas que quebrar al adversario, sin preocuparte por los que ni siquiera, pudieron todavía, entrar a la cancha y jugar el partido.
Cada vez que alimentamos ese clima de caos, ese panorama apocalíptico que habilta el “sálvese quien pueda”.
Cada vez que elegís despreciar y verduguear a tu compañero, en lugar de tratar en comprenderlo y poder discutir, humildemente y con argumentos.
Cada vez que un pibe llora de hambre, cada vez que un abuelo se siente derrotado, cada boca que repite “que el último apague la luz, esto no tiene arreglo”.
Cada vez que una piba se tiñe el pelo, y disimula el acento, para esconder sus orígenes.
Cada vez que fajan al puto del barrio, cada vez que subestiman a los jóvenes, cada vez se aprovechan de una pizca de poder para maltratar a los demás, ganan ellos.
Ganan ellos, si pensás que una verdadera transformación social se hace, sin cuestionarte tu propia conducta.
Ganemos las elecciones, sí.
Pero también, venzamos al pequeño liberal mezquino y oportunista que tenemos adentro, y que hace rato, nos viene ganando.
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